Hoy voy camino a Santiago a trabajar, son dos
horas en un autobús que he tenido que aprender a soportar pero que en el fondo
no me gustan.
Hace unas semanas, a mitad de camino se dañó el
autobús y duramos más de una hora sentados con el autobús apagado y sin aire
hasta que llegara uno nuevo a rescatarnos. Los más aventureros se arriesgaron a
salir y pararse en el paseo de la autopista pero como era de suponerse yo,
madre de dos cuyo mayor pleito con mi padre fue no dejarme tirar en paracaídas
y que desde que soy madre me da miedo hasta subirme en un avión, me quedé dentro abanicándome con la fundita en
la que traje mi desayuno…
Empezaron los comentarios de los pasajeros
frustrados… una señora dijo que era su quinta vez quedada; otra dijo que se
había soñado que eso iba a pasar; a un jovencito lo montaron en una voladora
para que no perdiera su vuelo por Puerto Plata y la otra defifarró a la empresa
cuando vio el tercer autobús de la competencia pasarnos por el lado.
A todas estas yo aproveché al máximo la
batería de mi celular chateando con la familia, amigos y hasta amigos lejanos
que el tiempo y la distancia se han encargado de separarnos. Pero como hay muy
pocas cosas eternas en la vida y la batería de los celulares todavía no es una
de ellas, llegó el momento donde debí no hacer más nada que observar mi
alrededor…
Me sentí dichosa pues a pesar de que no estaba
en una situación ideal por lo menos estaba tranquila… mejor dicho, estaba hasta
disfrutando de la intranquilidad de los otros. Me reía con cada llamada
desesperada que hacían pues aunque estuviéramos a 10 asientos de distancia se oían
a la perfección. Me sorprendió lo bien
que se portó un niño pequeño que no supimos que estaba ahí hasta que fuimos
rescatados y tuvimos que cambiar de autobús. Me llamó la atención una monjita
cuya sotana color azul resaltaba en la penumbra de aquel autobús sin vida y era
diferente a los hábitos religiosos que recordaba mi memoria. Me reí en más de
una ocasión con las ocurrencias de un joven que cada cierto tiempo decía algo
tan certero que llegue a pensar que su nivel de inteligencia era superior al
común denominador que reinaba en ese autobús.
El rescate vino, cambiamos de autobús y
seguimos el trayecto.
Llegando a nuestro destino aquella monjita se me acerca y me dice ¨Tiene un minuto que me regale?¨ Y me dije para mis adentros ¨Que bueno! Luego de que me lea la palabra diaria le preguntaré de qué orden religiosa es y porqué el color de su sotana¨ y me acomodé para lo que pensé sería una amena conversación y le dije ¨Pero claro, diga usted…¨ a lo que aquella monjita sonrió y respondió "No, es que si tiene un minuto de su celular que me regale"
Y tu esperando el consabido sermón, jajaja.
ResponderBorrarBuen viaje para la próxima.
Que chulo Cathy! sigue escribiendo que lo haces muy bien! un abrazote!
ResponderBorrarFelicidades! Tienes mucha habilidad para escribir
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